Por Diego Leonoff | “Usted sabe: para seguir avanzando, Alfonsín necesita mayoría en el Congreso”, cerraba uno de los spots de campaña del oficialismo de cara a las elecciones legislativas de 1985. Días más tarde, la Unión Cívica Radical obtenía a nivel nacional 6.620.840 de votos (42,37%), sumando 63 diputados a los 65 con que ya contaba, contra 2.509.815 (16,06%) del Frente Justicialista de Liberación. El radicalismo consolidaba así su objetivo: la mayoría absoluta en la cámara baja.
Gobernabilidad y voto confianza. Ambos conceptos atravesaron la estrategia de campaña del alfonsinismo, y lo seguirían haciendo en las siguientes elecciones de medio término. Pero lo singular aquí es que, con excepción del 2001, siempre resultaron favorables para el partido gobernante. No se trata de una estadística estilo “futbolera”, sino más bien un patrón de comportamiento del electorado que, por cierto, supo ser aprovechado por el marketing político.
En un sistema fuertemente presidencialista como el argentino, los jefes de campaña siempre buscaron apelar al concepto de revalidación del poder recién instituido. Es decir, una suerte de respaldo a lo que, naturalmente, suele entreverse como un frágil gobierno entrante.
En 1991 Carlos Menem llevaba dos años como Presidente con algunos signos de recuperación político-económica tras el desastre de la hiperinflación y la crisis que había apurado la salida de Raúl Alfonsín. “Consolidar y avanzar”, era el objetivo del oficialismo, que ese año sacó provecho de su “luna de miel” con la población.
“Queremos generar trabajo y para eso vamos a hacer todos los esfuerzos, todo el ajuste que haga necesario (sic), todas las privatizaciones. Lo que importa es el trabajo”, decía Eduardo Duhalde el 21 de agosto de ese año, durante una caravana por La Matanza junto Alberto Pierri y el intendente Héctor Cozzi. El por entonces vicepresidente iba como candidato a gobernador por la lista del Partido Justicialista en la provincia de Buenos Aires, la madre de todas las batallas.
Poco importaban las promesas vacías o los furcios que hablaban de ajuste y privatizaciones en los que incurría el “Cabezón”, apodo con el que se pretendía construir la imagen llana y campechana de Duhalde. En aquella oportunidad el arrastre del carismático Menem y la expectativa que generaba la tan anunciada “revolución productiva” hicieron su trabajo. Era la oportunidad de refrendar con un voto de confianza al caudillo riojano que venía a refundar el peronismo y dejar atrás otra experiencia inconclusa de gobierno radical.
La elección se desarrolló en forma desdoblada en cuatro fechas: en el balance nacional el PJ arrasó en las urnas con 6.288.222 votos (40,22%) y se quedó con 62 bancas de diputados. Lo siguió la UCR con 4.538.831 (29,03%) y 43 cargos.
El domingo 14 de octubre de 2001 se celebraron elecciones legislativas en medio de una profunda crisis económica y política sin precedentes en la historia argentina reciente. Faltaban tan sólo dos meses para el estallido social y la erosión del Gobierno se reflejó en las urnas: a nivel nacional, la Alianza por el Trabajo, la Justicia y la Educación (conocida sólo como la Alianza) obtuvo tan sólo 23,3% frente al 40% del Partido Justicialista y aliados. De todos modos, el verdadero ganador de aquella última elección con Fernando De la Rúa como Presidente fue el rechazo a la clase política: tan solo en la provincia de Buenos Aires la sumatoria del voto en blanco y el nulo alcanzó un 25,86%.
En 2003, luego de la deposición de Carlos Menem a competir en un ballotage que se le presentaba adverso, Néstor Kirchner llegó a la presidencia con tan sólo 22% de los votos y un fuerte condicionamiento de Eduardo Duhalde, uno de sus promotores y quien hasta ese momento estaba al frente del Ejecutivo.
Dos años más tarde, en las legislativas de 2005, no hizo falta apelar a ese sentimiento de fragilidad que había sido tan redituable a sus predecesores. En una Argentina que venía de la crisis de 2001 era razonable y tangible la idea de que el nuevo liderazgo tambalearía ante el menor traspié. A aquel ánimo conservador se sumaba la constante invitación a consolidar los leves signos de recuperación económica y del entramado social.
En la sumatoria nacional el oficialista Frente Para la Victoria (FPV) se impuso con el 29,9% de los votos en la categoría Diputados Nacionales, dejando en segundo lugar a la UCR con el 8,9%. Sin embargo, nuevamente la disputa central ocurría en la provincia de Buenos Aires, particularmente en la carrera al Senado: la esposa del por entonces Presidente Néstor Kirchner se impuso sobre la UCR y dejaba en un tercer puesto a Hilda González de Duhalde, esposa del ex Presidente interino. Se resolvía así no sólo una elección legislativa sino la interna dentro del PJ.
Tras los dos mandatos de Cristina Fernández (2007-2011 y 2011-2015) y habiendo pasado mucho agua bajo el puente, en 2015 el ingeniero Mauricio Macri se hacía con el ballotage contra Daniel Scioli y se hacía con el Ejecutivo. Dos años más tarde, el oficialismo fue a las urnas abroquelado para enfrentar a un peronismo plagado de internas.
Días antes de las primarias de 2017, el 1 de agosto, tuvo lugar la desaparición de Santiago Maldonado y las denuncias que apuntaban contra el propio Macri y su ministra de Seguridad, Patricia Bullrich. El caso volvería a enrarecer la jornada electoral de octubre, pero esta vez por la aparición del cuerpo del joven (también en las horas previas al comicio).
Lejos del parejo resultado en las PASO, la elección general resultó en un holgado triunfo para las coaliciones ligadas a Cambiemos a nivel nacional, que obtuvieron juntas un 41.75% de los votos. En territorio bonaerense, la victoria de Esteban Bullrich sobre la ex presidenta llevó a que muchos se apresuraran a anunciar el ocaso político del kirchnerismo y su conductora.
Aquel resultado y la sumatoria de legisladores permitió que unas semanas más tarde, en diciembre de 2017, el macrismo y aliados pudieran votar una reforma previsional en medio de dos sesiones escandalosas.
En buena medida gracias a estrategias de marketing que apelan a la idea de gobernabilidad para con gestiones entrantes -y lógicamente débiles en un escenario de crisis constantes-, cada oficialismo logró sacar réditos a las legislativas inmediatas a su asunción. Este 2021, en un contexto que volvió trunca cualquier idea de “luna de miel” económica entre Gobierno y electorado, habrá que ver si el Frente de Todos puede inscribirse en dicho patrón. De no lograrlo, se verá obligado a lidiar con una oposición que buscará marcarle la cancha en el Congreso y con un único antecedente histórico a temer, el 2001.