Por Carlos Saglul | Eran tiempos en que no se podía echar mano a los partes meteorológicos. Mucha gente, especialmente en el campo, seguía con atención los movimientos de algunos animales, también de ciertos insectos. Todos estos seres tienen información privilegiada para anticipar tormentas u otros fenómenos de la naturaleza. Algo parecido sucede en el escenario político: hay movimientos que tienden, no a determinar, pero si a anticipar la probabilidad de otros de mayor magnitud.

Hay dos frentes a los que siempre es conveniente estar atentos en caso de una crisis, especialmente si gobierna el Peronismo. La embajada norteamericana es importante. El otro es el sector sindical que hegemoniza la Confederación General de Trabajadores (CGT) en el formato que termino de consolidar el menemismo.

Si esto es verdad, no pueden menos que preocupar las declaraciones despectivas respecto al gobierno del designado embajador norteamericano en la Argentina, Marc Stanley. No estaría de más poner en mesa de discusión si el gobierno tiene que aceptar su nombramiento o no. También es para tener en cuenta la actitud del ala derecha del gobierno y la conducción de la CGT, que desde la aparición de la carta donde Cristina Kirchner criticó el rumbo del oficialismo, no deja de apostar ya abiertamente a la ruptura de Alberto Fernández con el kirchnerismo.

La acción que motoriza la derecha es mucho más ambiciosa. A través de “los gobernadores” plantea también a incluir a quienes considera serán los triunfadores de la próxima elección de medio término: los partidos que forman parte de Juntos por el Cambio y un sector peronista que supo respaldar al Gobierno de Mauricio Macri. También es parte de la columna vertebral de la alianza que se intenta con el sector empresario hegemonizado por la Asociación Empresaria Argentina y los grandes medios de comunicación. La coalición sería-consideran- lo suficiente amplia como para gestionar un gobierno que garantice la continuidad del pago de la deuda externa y la ya conocida receta de más ajuste y hambre.

Desde el inicio de este gobierno la carta más complicada de la apuesta es poder quebrar a Alberto Fernández. Como su presidencia es una creación política de Cristina Kirchner, el desplazamiento de la vicepresidenta del gobierno  que ayudo a consolidar parece ser el eje central de todos estos movimientos casi obsesivos de la derecha que ve en ella la posibilidad de alguna regulación estatal, que por supuesto abomina. Su fanatismo de clase ve augurios autocumplidos en las palabras del ministro de Economía, Martín Guzmán que descubrió la palabra “No” como parte de su vocabulario en las negociaciones con el FMI.  Tarde y acorralado, el gobierno acude a esta posibilidad siquiera como amenaza, como al control de precios, cuando parece tarde para evitar los costos de una enorme derrota electoral.

Queda poco lugar para decir que el Fondo Monetario Internacional se reformó y ya no es parte del gerenciamiento de las colonias estadounidenses. También para esperar inversiones extranjeras salvadoras  o que “un acuerdo nacional” logrará que el Poder Económico deje de jugar a la especulación financiera y se ponga a producir. Todas las máscaras se caen. Gestionar “sin intranquilizar a la economía” genera el correspondiente “colapso nervioso electoral”. Lo que sobra a uno, falta al otro. No basta con cobrar impuestos por única vez mientras los empresarios suben los precios y sus ganancias todos los días.

Colorín, colorado, la hora de elegir ha llegado. No por repetido y conocido el juego esta vez es menos peligroso. Algunos creen que todo queda más claro. La derecha a la derecha, los malos frente a los buenos. Lo cierto es que las mayorías terminan más hambreadas, solas, sin conducción ni salida, acorraladas por un modelo que triunfa a fuerza de violencia y coherencia de clase. También por la falta de convicción de quienes temen enfrentarlo escudándose en un posibilismo, que jamás encuentra “la relación de fuerzas adecuada” para cumplir sus promesas electorales, como si “la relación de fuerza” no fuera una construcción diaria que surge de arrebatarle poder al contrincante.

Es la vieja rutina del progresismo que se deja devorar por la realidad que prometió que venía a cambiar. Una Argentina saqueada para la cual dejar de ser una colonia gerenciada por el FMI asociado a los grupos concentrados del Poder Económico, lejos de ser una alternativa, sigue siendo la única posibilidad para existir como Nación.

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