Redacción Canal Abierto | Corre enero de 1919 y la huelga en los Talleres Vasena no cesa. Ha comenzado hace más de un mes, el 2 de diciembre de 1918, cuando los 2.500 trabajadores metalúrgicos de la empresa especializada en fundición de hierro deciden parar en reclamo de tres reivindicaciones esenciales: jornada laboral de ocho horas, salubridad en el trabajo y salario justo.
Conducidos por la Federación Obrera Regional Argentina (FORA), el 7 de enero, pasado el mediodía, han armado una barricada en las puertas de la fábrica, ubicada en el actual barrio porteño de San Cristóbal. Entonces, desde las chatas que intentan ingresar con materias primas comienzan a dispararles. La policía se suma a la represión y en toda la zona se desata el miedo, las corridas y el caos. Al cabo de unas horas, el saldo es de cuatro muertos y más de cuarenta heridos.
Desde este primer evento, los hechos que pasaron a los libros de historia como la Semana Trágica constituyen el único pogrom registrado en América. El término ruso se traduce como “linchamiento multitudinario, espontáneo o premeditado, hacia un grupo particular, étnico, religioso u otro, acompañado de la destrucción o el expolio de sus bienes”.
La rebelión social duró una semana: del 7 al 14 de enero de 1919. Se calcula que el saldo final fue de unos 700 muertos y 4.000 heridos. Pero el velo que oscurece los sucesos que tuvieron lugar durante el primer gobierno de Hipólito Yrigoyen, impide —a 104 años— conocer la cifra real. Invisibilizados con esmero por la clase dominante, algunos historiadores mencionan la Semana Trágica como el primer acto de terrorismo de Estado de la historia argentina.
La escalada
Luego de los asesinatos del 7 de enero, la huelga escaló y se volvió general. El 9 de enero, en el Cementerio de la Chacarita donde los obreros y sus familias acudieron a enterrar a sus muertos, fueron emboscados por el Ejército y la policía que comenzaron a dispararle a la multitud.
El número de los participantes del cortejo fúnebre fue de 10.000 personas, según la revista Caras y Caretas, y de 200.000, según La Protesta. En palabras del historiador Julio Godio, la Capital nunca había presenciado una manifestación obrera tan numerosa. La historia tampoco es precisa sobre cuántos muertos hubo ese día, la prensa sostuvo que fueron doce, o cien.
Pese a la masacre, la protesta siguió.
Talleres Vasena había sido vendida tiempo antes a capitales ingleses, aunque seguía siendo gerenciada por el hijo de su fundador, Alfredo Vasena, quien tenía buenas relaciones con el gobierno de Yrigoyen.
Cuando luego de la masacre el jefe de policía, Elpidio González, intentó dialogar con la multitud, terminó con su auto incendiado, y debió volver en taxi. Como respuesta, envió más policías con orden de disparar y el número de muertos se multiplicó. También lo hicieron las protestas.
Los enfrentamientos entre los trabajadores y la policía se extendieron a muchos barrios de la Capital como La Boca, Palermo y Retiro.
Los chicos bien de la Liga Patriótica
Para el 11 de enero, las condiciones de vida en la ciudad se habían vuelto invivibles. Debido al cierre de la mayoría de los comercios resultaba casi imposible conseguir alimentos. La basura se acumulaba por la huelga de los recolectores.
En ese contexto, el gobierno radical llegó a un acuerdo con la conducción de una facción de la FORA, que llamó al final de la huelga a cambio de la libertad de los presos —más de 2.000—, un aumento salarial de entre un 20 y un 40%, una jornada laboral de nueve horas y la reincorporación de todos los huelguistas despedidos. Pero la FORA anarquista rechazó la resolución.
Con la prensa agitando el temor de la población a un supuesto plan anarquista detrás de la huelga destinado a disolver todas las libertades y la propiedad, ciertos sectores vieron peligrar sus privilegios.
Fue entonces que los jóvenes de las familias más acomodadas de la Buenos Aires comenzaron a organizarse para exigirle al gobierno mano dura. También decidieron armarse en defensa propia, atemorizados por una posible expansión de la Revolución Bolchevique, que había acontecido recientemente en Rusia. Este grupo se constituiría oficialmente el 16 de enero de ese año como la Liga Patriótica Argentina, un grupo parapolicial consolidado. Su ideología fomentaba el odio hacia los inmigrantes, “particularmente aquellos provenientes de Rusia y los países del Este en los que veían a agentes soviéticos”, destaca Felipe Pigna en Los mitos de la historia argentina III. También desconfiaban de los partidos políticos, a los que veían como “blandos”.
Junto a las fuerzas de seguridad, la Liga Patriótica esmeró en la represión a los obreros. Financiados por sus familias, atacaron barrios populares, quemaron bibliotecas, sindicatos, imprentas y periódicos socialistas o anarquistas. También prendían fuego sinagogas y atacaban transeúntes identificados como judíos, entre ellos ancianos, mujeres y niños.
En ese marco, el 12 de enero Pinie Wald, judío y socialista, fue detenido junto a su novia Rosa Weinstein en el barrio de Once, y luego traslado al Departamento Central de Policía, donde fue brutalmente torturado, acusado de ser el presidente del Soviet argentino. El libro Pesadilla (diario de lucha de la Semana Trágica) rescata su testimonio, en el que describe el accionar de la Liga, a la que llama “guardias blancas”: “Más salvajes aun resultaron ser las manifestaciones de los ‘niños bien’ traídos por la tormenta. Bajo los gritos de ‘¡Muerte a los judíos!’ ‘¡Muerte a los extranjeros maximalistas!’, celebraban orgías y actuaban de una manera refinada, sádica, torturando a los transeúntes. He aquí que detienen a un judío y, después de los primeros golpes, de su boca mana sangre en abundancia. En esta situación, le ordenan cantar el Himno Nacional. No puede hacerlo y lo matan en el mismo lugar”.
El triunfo de la huelga
Para el 13 de enero, varios de los diarios tradicionales ya daban como finalizada la huelga, pero Metalúrgicos Unidos desmentía esta información a través de un comunicado publicado en La Vanguardia: “A pesar de las informaciones dadas por la casi totalidad de los diarios locales, esta huelga no se ha solucionado, por cuanto los obreros en huelga no han tenido intervención alguna en el anunciado arreglo. Los obreros no han tenido entrevista alguna con el patrón ni comunicación alguna en que se les notifique la concesión de las mejoras anunciadas, y habiendo tratado de averiguar el paradero del citado burgués, no se ha podido dar con él. Espérase, pues, el pliego que se halla en manos de Vasena y no vanas promesas, que en boca suya no tienen valor alguno”.
El Gobierno incumplió el acuerdo y las fuerzas represivas continuaron con la persecución de los huelguistas y los allanamientos en locales y domicilios particulares.
Finalmente, el nuevo jefe de la Policía Federal, general Luis Dellepiane, recibió el martes 14 de enero por separado a las conducciones de las dos FORA y aceptó sus coincidentes condiciones para volver al trabajo. Sin embargo, la policía y la Liga Patriótica destruyeron la sede del periódico La Protesta.
El 20 de enero, luego de comprobar que sus reivindicaciones habían sido cumplidas y que no quedaba ningún compañero despedido ni sancionado, los trabajadores de los Talleres Vasena volvieron al trabajo.