Por Carlos Saglul | Naciones Unidas impuso al 23 de agosto como día universal de recuerdo sobre la esclavitud. Al amanecer de ese día en 1791 se produjo en Santo Domingo (Hoy Haití y República Dominicana) el inicio de la sublevación que comenzó a poner fin al comercio de esclavos. A Haití no le costó poco su temprana independentista. La revolución fue aplastada a sangre y fuego. De a poco, un paraíso terrenal con abundantes recursos naturales se convirtió en un desierto. El arroz comenzó a desaparecer cuando Estados Unidos tuvo necesidad de exportar sus excedentes. Lo mismo pasó con el azúcar del que producía el setenta y cinco por ciento del cultivo mundial y el cerdo negro, principal alimento cárnico, se extinguió.
Fueron cambiando los amos de Haití pero no su destino trágico. En el siglo pasado las dictaduras se sucedieron al amparo norteamericano. Los trasatlánticos terminaron anclando sólo en lugares de costa dedicados al turismo y custodiados por soldados, algunos de ellos dedicados a campos nudistas, donde sobrevivía la antigua belleza haitiana. Esa que arrasaron como en Paraguay, el otro país del continente que pagó con el genocidio y su destrucción el intento de erigir una nación independiente de los designios imperialistas de Occidente.
La esclavitud organizada fue necesaria para sostener la agricultura de exportación en las colonias, la producción minera que sirvió a la acumulación capitalista original.
¿Culminó realmente la esclavitud? En realidad la carnicería de miles de africanos (antes había sucedido con los indígenas) se organizó de otra manera y con otros protagonistas. Pero volvamos a la actualidad. ¿Hay algo para festejar este 23 de agosto?
Kevin Bales sostiene en su libro “La esclavitud moderna” que la vida de un esclavo valía unos 40 mil dólares en 1809 mientras que hoy en las “colonias” no cuesta más de 90 dólares. Estas estimaciones son muy optimistas si se recorre un taller de fábrica de zapatillas en Filipinas, donde los obreros son niños, las textiles del Gran Buenos Aires donde trabajan ilegales bolivianos, los prostíbulos atendidos por víctimas de la trata de República Dominicana, los ex países socialistas o Argentina.
Más allá de si los números son actualizados o no, es indudable que el norte estadounidense terminó con la esclavitud porque necesitaba industrializarse, generar más plusvalía y siempre un obrero es más barato que un esclavo.
Cuando un esclavo muere, el patrón se descapitaliza; en cambio cuando muere un obrero, basta llamar a otro de entre las enormes filas de desocupados.
Educar para la esclavitud es lo que propone el ex ministro de Educación, Esteban Bullrrich, cuando dice que los argentinos deben prepararse para “vivir en la incertidumbre”. Los elogios al “emprendedor” no son otra cosa que los cantos de sirena a la inestabilidad laboral y el cuentapropismo. El trabajo flexible en que la indemnización se la paga uno mismo, con aportes que va ahorrando mensualmente mientras trabaja, significa entre otras cosas, no saber hasta cuando se tendrá contrato. El gobierno admitió que el horizonte de la flexibilización que prepara para después de las elecciones de octubre está inspirada en la que ya instauró Brasil de la mano del golpe encubierto.
Los puntos centrales de la nueva ley laboral que ya entró en vigencia está la eliminación del salario mínimo -se paga en base a horas o días-, jornada de trabajo de 12 a 36 horas y fraccionamiento de las vacaciones de acuerdo a las necesidades de la producción. Se crea la figura de emprendedor autónomo sin vínculo con la empresa. No hay obligación de afiliación sindical. Los acuerdos por sector, empresa e individuales tienen preeminencia sobre la legislación vigente. Los contratos privados pasan a ser más importantes que las convenciones colectivas. Se reglamenta el trabajo desde el hogar (homeworking) con reembolso para los gastos del empleado.
La empresa podrá negociar las condiciones de trabajo por una comisión no sindical de representantes de los trabajadores. Se permite que las embarazadas trabajen en ambientes no del todo salubres si presentan un certificado médico que asegure que no hay riesgo para ella o el feto. Flexibiliza las condiciones de despido: el monto de las indemnizaciones no estará atado al salario del trabajador y el preaviso baja de 30 a 15 días. Se ponen condiciones para los litigios laborales: el litigante debe establecer a comienzo del juicio cuánto dinero desea recibir de compensación al término del proceso, deberá comparecer a todas las audiencias judiciales (salvo fuerza mayor) y pagar las costas del juicio si pierde (a menos que no tenga recursos suficientes).
Varios siglos después de derogada la esclavitud, se trata de consolidar de a poco una nueva esclavitud sin derecho a huelga (la ofensiva patronal en este sentido es mundial), jornadas flexibles, salarios miserables que no garantizan la manutención, vacaciones al antojo del patrón, terminar con la afiliación sindical. Al tiempo, el sistema de salud se precariza, junto a la educación pública.
Este 23 de agosto instaurado para recordar la esclavitud, más que para festejar, parece ser una fecha en que se debería meditar hasta dónde se está dispuesto a dejar que las patronales hagan verdad la teoría de “los esclavos felices”, con la que planean multiplicar sus ganancias.