Por Diego Leonoff | El 13 de octubre de 1980, la última dictadura cívico militar recibía un sorpresivo y duro golpe: el arquitecto y escultor Adolfo Pérez Esquivel se convertía en Nobel de la Paz. Producto de labor en defensa de los derechos humanos en Argentina y la región, el reconocimiento abrió un nuevo y potente canal para la difusión internacional de las atrocidades cometidas por los genocidas.
A 40 años del reconocimiento, el titular del Servicio de Paz y Justicia (Serpaj) confirma un próximo encuentro con Alberto Fernández y anticipa que la antigua sede del organismo se convertirá en la casa de los premios Nobel latinoamericanos. Además, cómo se enteró del galardón, las horas que siguieron y un intento de homicidio, la “para nada buena” primera reunión con Juan Pablo II y el intercambio epistolar con Barack Obama.
En esta entrevista con Canal Abierto, un balance del trabajo de estas cuatro décadas y los actuales desafíos para la región y el mundo.
Los diarios de la época dieron a conocer la noticia como una sorpresa, ¿a vos te tomó desprevenido?
-Me sorprendió porque no esperaba ningún premio.
Esa mañana llamé a casa y mi señora me dijo que me estaban llamando de la Embajada de Noruega y que tenía que ir urgente. En ese momento estaba repartiendo informes en varias embajadas sobre los crímenes que cometía la dictadura. Cuando fui, me recibió un funcionario noruego que miraba todo el tiempo su reloj. Después entendí que era lo que estaba esperando: le habían dado la orden da no darme la noticia antes del mediodía.
El primero en hacerlo público fue Ariel Delgado de Radio Colonia. Pero no hay que olvidar que estábamos en plena dictadura y la censura era tremenda. De hecho, los militares tardaron alrededor de 36 horas en reaccionar: dos días después del anuncio, el 15 de octubre, intentaron matarme. Estábamos en el auto, con mi hijo, cuando vi a dos personas –uno tenía ojos azules y el otro era un morocho– en la calle Bolívar y México (la vieja sede del SERPAJ) que avanzaban armas en mano. Inmediatamente me di cuenta que me estaba esperando para matarme. Me acuerdo que en ese momento le dije “vamos porque nos matan”, mi hijo aceleró y justo atrás nuestro quedó un taxi que terminó impidiendo que nos disparen.
¿Es cierto que te dijeron “a usted no lo salva ni el Papa”?
-Eso fue en prisión, en la Unidad 9 de La Plata, después del vuelo de la muerte del 5 de mayo de 1977. Ese día me sacaron de la Superintendencia de Seguridad Federal, me llevaron al aeródromo de San Justo y me encadenaron adentro de un avión. Volamos sobre el Rio de la Plata, dando vueltas sobre la costa uruguaya, a la espera de la orden para tirarme. Al final recibieron otra indicación, la de llevarme a la base aérea del Palomar. Después de 2 o 3 horas me dicen “póngase contento” y me trasladan a la Unidad 9.
¿Por qué crees que no te tiraron?
-Por la fuerte presión internacional. Yo era mas conocido fuera del país que acá. Es más, cuando se conoció la noticia del Nobel hubo periodistas argentinos que decían que era brasilero, boliviano o paraguayo. Ni sabían quién era.
Si bien en ese momento el mundo ya tenía noticias de lo que estaba pasando acá y había conciencia del riesgo que corríamos quienes lo denunciábamos, la dictadura estaba preocupada por empecinada en ocultarlo.
En tu discurso de aceptación del Nobel enumeras todas las atrocidades que por entonces debían conocer muchos argentinos, pero no toda la población, como la apropiación sistemática de bebés…
-Después de eso tuve una entrevista con el Papa Juan Pablo II, a quien llevé un dossier sobre la desaparición de niños que me había dado “Chicha” Mariani (primera presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo). En ese momento creo que la lista incluía a 57 niños secuestrados y desaparecidos en Argentina.
¿Cuál fue la reacción de Juan Pablo II?
-La reunión no fue nada buena, pero tampoco tengo claro cuál era la información que le habían dado.
Cuando me recibe, lo primero que hice fue contarle que ese mismo informe ya se lo había enviado, o hecho llegar, por tres canales distintos. “Esto yo nunca lo recibí”, me aseguró. Después, cuando estábamos viendo el informe, me dijo: “usted tiene que ocuparse también de los niños de los países comunistas”. Mi respuesta fue que los niños son niños en cualquier lugar del mundo, y que aquello que le estaba mostrando lo estaba haciendo una dictadura militar que decía defender la civilización cristiana y occidental, y que claramente eso no tenía nada de cristiano.
A la semana, en la Plaza de San Pedro, salió a hablar por primera vez de los desaparecidos en Argentina.
En relación a esto, resulta llamativo que en los días posteriores al anuncio de tu Nóbel, los tapas de varios periódicos nacionales se referían a acercamientos y reuniones entre representantes del Vaticano y funcionarios de la dictadura. Incluso se habla de una carta de la Junta militar al Papa…
-En contra mío, seguro. Vaya a saber lo que le dijeron o le hicieron llegar: “este es un marxista, leninista y no sé cuánto”. Es probable que esa primera reunión no haya sido nada buena, incluso fea, producto de esa presión u operación política. Después tuve seis encuentros más con Juan Pablo II, y la relación ya era otra.
En relación a aquel discurso que diste ante el Comité Nobel de Noruega, sacando las denuncias por las prácticas genocidas de las dictadura latinoamericanas, son muchas las problemáticas que enumeras y continúan vigentes: las penurias que atraviesan los trabajadores, el avance sobre los pueblos originarios y hasta la destrucción del medioambiente.
-La lucha sigue hasta hoy. No tenemos dictaduras, pero sí tremendos problemas laborales, sociales, ambientales, territoriales. Los derechos humanos hay que entenderlos desde su integridad.
Lo dije en el discurso y lo sigo manteniendo hasta el día de hoy, mi premio Nóbel es un instrumento al servicio de los pueblos.
¿El Nobel te generó algún tipo de inconveniente o dificultad en tu tarea de defensa de los derechos humanos?
-A veces me generó problemas. Durante la dictadura chilena me expulsaron del país dos veces, lo mismo me pasó en Paraguay y Uruguay, y hasta estuve preso en Brasil.
¿Y con los distintos gobiernos argentinos?
-Dentro de pocos días me va a recibir Alberto Fernández. Salvo Cristina y Néstor, ningún otro presidente me recibió en Casa Rosada.
¿Alfonsín tampoco?
-No. Una vez tuvimos una pequeña discusión sobre la CONADEP porque yo no la quería integrar. Nosotros pedíamos la constitución de una comisión parlamentaria que tuviera capacidad de investigación o el poder para desclasificar documentos. Sin embargo, Alfonsín decidió conformar una comisión de notables que recolectó los datos que ya teníamos, y que después conformaron el Nunca Más.
¿Qué balance haces de estas cuatro décadas?
-Pasaron 40 años, y aquí seguimos en la lucha y el trabajo. Pero también en la docencia, generando conciencia y memoria para que lo vivido en las dictaduras de América Latina no vuelva a ocurrir. Sobre todo hoy, con la democracia tan amenazada en la región, con golpes de Estado, bloqueos. El intervencionismo norteamericano sigue siendo feroz en el continente.
¿Qué otros peligros concretos observas en la actualidad latinoamericana? Pienso en la cuestión ambiental, la crisis económica y social…
-El hambre. La pobreza aumenta terriblemente por la concentración del poder en pocas manos. Estamos trabajando en varios países sobre las quemas y deforestaciones, la megaminería, la contaminación del agua.
Yo comprendo, y es lógico, que otros organismos de derechos humanos que surgieron del dolor tengan como objetivo central conocer qué pasó con los seres queridos secuestrados y desaparecidos. Pero para nosotros los derechos humanos son integrales, y no sólo para calmar el dolor.
Hubo varios premio Nóbel de la paz que en su momento llamaron mucho la atención o incluso causaron indignación. ¿Qué sentiste cuando reconocieron, por ejemplo, a Barack Obama?
–Yo, por ejemplo, no tengo nada que ver con Henry Kissinger (ex secretario de Estado de los Estados Unidos y Premio Nobel de la Paz de 1973).
En una carta que le escribí a Obama, sí le plantee que me sorprendía el premio pero también le dije: “ahora que lo tenes, tratá de construir la paz cerrando las cárceles de Abu Ghraib (Irak) y Guantánamo, levantando el bloqueo a Cuba”. En pocas palabras, me contestó que estaba de acuerdo, pero que había varias cosas que no podía impulsar porque tenían que pasar por el Congreso norteamericano.
Al margen, Obama fue el primer presidente en viajar a Cuba y tratar de llegar a un acercamiento, aunque sin levantar el bloqueo. Si lo miramos desde la actualidad, ahora vemos a Trump y retrocesos tremendos, con agresiones permanentes a Venezuela y Cuba, detrás del golpe de Estado contra Evo Morales en Bolivia. Estados Unidos está siempre en acecho para recolonizar América Latina, y siempre con la buena predisposición de muchos dirigentes de la región.