Por Diego Leonoff | El Gobierno de Brasil aprobó el trigo transgénico con tolerancia a la sequía, una manipulación genética adicta al agrotóxico glufosinato de amonio (heredero del cancerígeno glifosato). El desarrollo es 100% argentino, producto de la colaboración público-privada de más de 18 años entre Bioceres y el grupo de investigación del Instituto de Agrobiotecnología del Litoral (CONICET-UNL), liderado por la Dra. Raquel Chan, responsable de la investigación.
Como era de esperar, el Ministerio de Agricultura fue el primero en confirmar y celebrar la noticia. “Creo en la biotecnología y en el HB4 que es tan discutido. Yo inicié ese proyecto; lo alenté siendo ministro. Lo voy a sostener a capa y espada”, había sostenido hace tan sólo un mes el propio Julian Domínguez. Ante la consulta sobre un hipotético rechazo, apuntaba: “¿a ver si los brasileños me van a indicar a mí lo que tengo que hacer con la producción argentina?”.
Lo cierto es que esta nueva manipulación genética nacional no cuenta con un apoyo generalizado, ni mucho menos. Son numerosos los colectivos científicos e incluso las entidades rurales que alertan sobre sus riesgos para la salud y la producción agrícola.
Historia de un transgénico
En mayo de 2013, la empresa Bioceres obtuvo una licencia para el uso y explotación del gen HB4, un evento biotecnológico desarrollado por la ciencia estatal argentina y por el cual se interviene el genoma de la planta insertando un gen del girasol que aumenta la resistencia al stress hídrico y provee de tolerancia al Glufosinato de Amonio y el Glifosato.
Con el paso de los años, la firma logró el visto bueno de la Comisión Nacional de Biotecnología (CONABIA) y del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agropecuaria (SENASA). De hecho, este año el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación sumó su firma al desarrollo, condicionado a la aceptación de Brasil (principal mercado de exportador del cereal argentino).
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En simultaneo al visto bueno gubernamental, alrededor de 1400 científicos del Conicet y de 30 universidad públicas publicaban una carta en la que advertían: “se ha demostrado nocivo en términos ambientales y sociales, causante principal de las pérdidas de biodiversidad, que no resuelve los problemas de la alimentación y que amenaza además la salud de nuestro pueblo confrontando la seguridad y la soberanía alimentaria”.
Hace tan sólo un mes investigadores críticos alertaban que pese a las advertencias de especialistas y siendo aún entonces ilegal su comercialización, se detectaron más de 50 mil hectáreas sembradas con trigo HB4 en todo el país.
Los riesgos
En concreto, la denuncia que pesa sobre el cereal desarrollado por Bioceres es que no cuenta con evaluaciones de impacto ambiental en todos los biomas ni ensayos a largo plazo sobre sus efectos crónicos y cancerígenos. ¿Las razones de estos “descuidos”? En primer término, una reglamentación inexistente. Son varios los colectivos ambientales que denuncian la connivencia de organismos estatales encargados de regular, en muchos casos integrados por representantes de las corporaciones agrícolas.
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“Se lo publicita como un diseño transgénico resistente a la sequía y un avance promisorio de la ciencia argentina, pero se oculta que en realidad se trata de un nuevo paquete tecnológico con uso de agrotóxicos. Efectivamente, es un evento desarrollado para resistir al glufosinato de amonio, herbicida restringido desde el año 2013 en la Unión Europea por las consecuencias dañinas que tiene para la salud, en tanto su uso deja en la tierra y en los alimentos rastros suficientes para generar daños en el sistema nervioso humano, así como alarmantes deterioros ambientales, como demuestran diversos estudios científicos”, denunciaron desde las organizaciones Colectivo Trigo limpio y Científicxs autoconvocadxs por la salud y el ambiente.
“Debe tenerse en cuenta que la sequía es sólo una pantalla, en realidad el Trigo HB4 apila también el gen que le da tolerancia al Glufosinato de Amonio como alternativa al agrotóxico Glifosato. Esto es particularmente grave porque el trigo es un alimento esencial que forma parte de la dieta diaria en nuestra sociedad, y con la tolerancia al Glufosinato (sin perjuicio de la alteración genética) se suma un riesgo significativo a la alimentación de la población al consumir pan, harinas o pastas con residuos de este agrotóxico que opera en el organismo humano como un disruptor endocrino”, señaló un informe reciente del colectivo ambientalista Naturaleza de Derechos.
Como si bastaran el rechazo del mercado internacional y de los especialistas, llovieron también las críticas de la Sociedad Rural, Federación Agraria, CRA y Coninagro. “Tan elevado nivel de producción hace realmente imposible su contralor por las autoridades oficiales, razón por la cual será inevitable que se genere un proceso de contaminación de los trigos no modificados genéticamente”, advirtieron las entidades.
“Quienes construyen el problema, venden la solución, y el espiral se replica con costos que terminan siendo colectivos y ganancias millonarias que se reparten entre unos pocos”, asegura a Canal Abierto la investigadora y especialista en historia de las políticas públicas en ciencia, Cecilia Gárgano. “Después de 24 años de agricultura transgénica, con los daños sanitarios a la vista y un sinfín de denuncias, es increíble que no se ponga en cuestión el modelo en su conjunto”.
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